No es tu novia, ni el vecino,
tampoco el chofer o el taxista,
menos el del banco,
ni la malcogida de atención al cliente,
el que no frenó en la esquina
o te abrió la puerta cuando ibas en bici,
el que te empujó en la calle por ver el mundo
a través de su smartphone que no le avisa
que estás al frente y no te esquiva.
Sólo somos nosotros en la calle
esperando la chispa para prendernos fuego con nuestra propia mierda.
Fin de la conversación.
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